AUTOR: Miguel Delibes
EDITORAL: DESTINO
PUBLICACIÓN: 2005
A la segunda va la vencida. Creo
que han pasado más de diez años desde que decidí leer este libro por primera
vez. Lo que me aburrió entonces fue la retahíla de nombres y motes que Delibes
utilizó con sus personajes. Hoy en día me alegro de que esta joya literaria se haya
cruzado de nuevo en mi camino. Lo he disfrutado muchísimo.
Aún no había nacido cuando esta
obra fue publicada, pero la historia de Daniel, el Mochuelo, y sus amigos me ha
recordado a mi niñez. Pertenezco a una de esas generaciones en las que
divertirse en la calle y hacer travesuras de vez en cuando era lo habitual.
En esas décadas se evolucionaba
más despacio y la forma de educar entre los años cincuenta y principios de los
setenta no había cambiado mucho. Seguía vigente Moisés, el profesor, el Peón,
castigando con un reglazo en la palma de la mano o aguantando el peso de los
libros con los brazos en cruz.
El mundo rural que describe
Delibes es sin duda muy familiar para los que nacimos por esos años en el
pueblo. Era habitual ir al campo y robar fruta como hicieron Daniel, el
Mochuelo, Roque, el Moñigo y Germán, el Tiñoso, en la finca del Indiano y su
hija Mica. El miedo a ser pillados por Mica hacía que ese momento fuera más
emocionante.
Los motes era algo muy habitual.
Se conocían mejor los habitantes del pueblo por los apodos, como dicen en mi
pueblo, que por sus nombres propios. En esta novela muchos de ellos están
relacionados con la vida rural.
Aunque la edad temprana de estos
chicos es factor importante, creo que la inocencia de esos años lo era en la
misma proporción a la educación que se recibía entonces. Que Daniel, a punto de
irse a la ciudad, y Germán creían todavía en la cigüeña, y que Roque, más
espabilado, compare el parto de una mujer con el de una coneja no deja de ser gracioso,
pero es cierto que había muchos tabús.
Qué decir del amor. Esos amores
platónicos que afloraban de repente, acompañados de un cosquilleo en el
estómago y lo mismo que entraban, salían, porque a poco que nos descuidáramos
se habían esfumado. Es lo que le ocurre a Daniel, el Mochuelo, con Mica.
La muerte también crea en Daniel
cierta decepción cuando por accidente muere Germán, el Tiñoso. Como también le
entristece pensar que abandona el pueblo por un tiempo y lo más probable es que
no vuelva a ver al cura con vida, aunque si en una hornacina, como se esperaba
por lo de la santidad que le habían asignado.
Es una novela tierna hasta más no
poder. Narrada en tercera persona, Delibes nos deleita con una historia de
costumbres que casi han desaparecido. Es la historia de Daniel, el Mochuelo.
Todos esos recuerdos que le abordan justo antes de marchar. Porque él no quería
irse a la ciudad, sentía que su vida estaba en el pueblo. Lo más importante lo
tenía allí. Pero su padre decide por él.
Ese es el camino, el verdadero
mensaje de esta novela. El camino que Daniel no pudo elegir. Quería quedarse en el pueblo, pero su padre
le eligió un camino distinto.
CITAS:
- ¿Qué preferían no asfaltar la
plaza antes de que les aumentasen los impuestos? Bien. Por eso la sangre no
llegaba al río. «La cosa pública es un desastre», voceaba, a la menor
oportunidad, don Ramón. «Cada uno mira demasiado lo propio y olvida que hay cosas
que son de todos y hay que cuidar», añadía.