EDITORIAL: Capitán
Swing
PUBLICACIÓN: 2013
Desde
que conocí el mundo de Proust no he parado de interesarme por él y su obra. Monsieur Proust es una obra escrita por alguien que
consagró diez años de su juventud a servir y cuidar a un hombre que no recobró
el tiempo hasta que vio su obra culminada.
La
forma en que Celeste Albaret se expresa mientras narra los años que pasó junto
a Proust es algo inusual. Habla de él con admiración, y su devoción llega a la
sublimación, de lo contrario es imposible imaginar la forma en que vivió al
ritmo que él le imponía.
Este
comportamiento me choca, entre otras cosas, porque ella era una mujer joven, de
unos veinte años. Entró a trabajar en la casa del boulevard Haussmann como
«currière» poco antes de contraer matrimonio con Odilon, chófer ocasional de
Proust.
Durante los ocho últimos le tuvo
una dedicación exclusiva. La Primera Guerra Mundial obligó al matrimonio a separarse
y ella eligió quedarse en París.
Céleste
se convirtió en la asistente y confidente de Proust, aunque afirma que no llegó
a saberlo todo de él ni de su obra. Abandonó todas sus actividades y, juntos, se
aislaron prácticamente del mundo exterior. Este aislamiento permitió a Proust
sumergirse en su memoria, reconstruir el pasado y convertirlo en literatura.
Organizaba
la correspondencia, las visitas y, sobre todo, procuraba que el entorno de
Proust estuviera en las condiciones ideales para su escritura. Convivió al lado
de un hombre con un nivel de exigencia que superaba los límites. Era correcto y
muy educado con Céleste, pero todo tenía que ocurrir según su criterio.
Mientras
leía estas memorias, pensaba que el trabajo de ella no era un deber laboral, sino
que la gran admiración y afecto que le tenía le llevaron a tal dedicación.
Al morir Proust en 1922, Céleste regresó a una vida convencional con su marido, Odilon. Vivió hasta los noventa y dos años y siempre mantuvo su vínculo con el autor.
Nunca
se planteó dar testimonio de los años que estuvo a su lado, pero a sus setenta años, cansada de ciertas
informaciones «falsas» publicadas sobre Proust, la llevaron a
escribir estas memorias. El periodista Georges Belmont la convenció y así nació,
en 1973, Monsieur Proust.
Gracias
a estas declaraciones se ha podido tener un conocimiento más íntimo de la vida de Proust. Ella
lo conoció mejor que nadie en sus últimos años. Dice de él que no era persona
fácil, que era exigente, maniático, con rutinas, absorbente hasta el extremo,
incluso con ella. Dormía durante el día, trabajaba de noche, siempre en un silencio
absoluto y todo tenía que ser al instante.
Proust
dependía de ella para todo. Cualquiera en su lugar habría terminado por
abandonar, pero ella decidió mantenerse. Fue una servidora fiel, incondicional
e imprescindible. La idea de que él la utilizó para su conveniencia es
innegable. Ella fue su sostén, la persona que se encargó de todo para que él escribiera
su obra.
Esta
entrega tan desmesurada me ha llamado bastante la atención. Tal vez tuvo
curiosidad por el mundo de Proust, pero ella nunca estuvo en él. Vivieron
juntos, pero no revueltos, siempre hubo un respeto mutuo entre ambos.
Tampoco
puedo evitar pensar que su vínculo con Proust tenía que estar sostenido por
algo más profundo. Quizá se sintió como una madre, y él la sustituyó por la que
ya no tenía. O encontró en el cuidado de este un propósito más fuerte que
cualquier incomodidad. Habría que considerar que el entorno del que procedía ella
era muy diferente al de Proust y pudo sentirse deslumbrada. Igual quedó
encandilada de su carisma, cosa que dudo, pero esto es una incógnita más.
Tengo
una teoría que no sé si será descabellada: —Desde
que empecé a percibir la admiración de Céleste por Proust, llegué a pensar que
tal vez estuvo enamorada de él. Si se quedó en París, en parte, fue porque
Odilon quedó reclutado en la ciudad y eso le daría esperanza de poder verle.
Esto solo ocurrió tres veces en los cuatro años que duró la guerra. Céleste
idealizó a Proust como persona, pero no como escritor. He percibido que hay
algo en su entrega que va más allá de la lealtad y el sentido del deber, algo
más cercano a la admiración absoluta que se tiene por alguien a quien se ama.
En
cuanto A la búsqueda del tiempo perdido, Céleste, estaba al tanto de
casi todo. Las charlas que mantenían al regresar Proust de sus noches mundanas
fueron cada vez más habituales.
Siempre
pensé que Proust acudió a los salones para evadirse y relacionarse. Sin embargo,
la versión que da Céleste es interesante:
—No era una cuestión de amistad ni buscaba relacionarse
en el sentido estricto. Tampoco había implicación a nivel afectivo con las
personas que se relacionaba, era solo una necesidad. Lo hacía por su obra. Veía
en estas reuniones un escenario de teatro que luego analizaba para incluirlo en
su obra. Buena parte de los personajes y escenarios salieron de aquí.
Aunque
su obra está inspirada, en parte, en las personas que conoció en los salones,
Proust escribió algo más que una crónica de la alta sociedad de la época. Las experiencias
y observaciones que hizo las convirtió en una narración compleja, introspectiva
y artística. Tal vez por eso no es del gusto de todos.
Según
Céleste, Proust gozaba de una memoria excelente, y la obra estaba en su cabeza.
Le faltaba desarrollarla.
Esto
le permitió hacer una reinterpretación de los personajes reales que le
inspiraron. Los moldeó, combinó y filtró a través de su imaginación para adaptarlos
a sus necesidades narrativas mezclando rasgos de varias personas.
Es el caso de Gilberte y Albertine.
Algunos, como el barón de Charlus, inspirado en parte en el conde Robert de
Montesquiou, se molestaron porque se vieron reflejados en la obra.
Céleste
se adjudica el título de La Prisionera diciendo: aunque dicha obra
no tenga nada que ver con ella, hubiera merecido ese calificativo.
Céleste
me ha dejado con la intriga al no mencionar la homosexualidad de Marcel Proust;
como si no existiera. Es más, la relación más sonada y de la que siempre se
habla es de la que tuvo con Agostellini. Ella afirma que nada de eso es cierto.
Si uno de los motivos de dar a conocer
estas memorias fue para eliminar las falsedades que se dijeron de él, esta
debería haberla desmentido, lo que me lleva a pensar que por algún motivo
prefirió no exponerlo.
Ha
sido una lectura interesante por la información que se revela de Proust y porque
me ha permitido entender mejor el sentido de su búsqueda de la verdad y ese
tiempo perdido. La verdad que recupera a través de la memoria y el tiempo
recobrado al fijarlo en su obra.
CITAS:
—Si escribiera este libro, querida Céleste,
se aprenderían en él muchas cosas. Nos daríamos cuenta de que aquello que hay
en usted no le pertenece. Y no hay nada más apasionante en los hombres: saber
de donde procede lo que somos. Usted tiene un alma hermosa.
—Quizá estos dos aspectos —el gusto por el pasado y la entrega total a la escritura— confluyeran en uno solo. Quizá, si luchó tan denodadamente contra el tiempo para acabar su libro cuanto antes, fue porque presentía el fin de muchas de las cosas que había amado y que solo eran ya meras sombras del recuerdo, y porque estaba él mismo acosado por la muerte.