EDITORIAL:
Hermida
Editores
PUBLICACIÓN:
2021
Bien y Mal es un
título que abre un debate inagotable, sea cual sea el punto de partida. A veces
me pregunto cómo me meto en estos libros que me obligan a leer otro tanto para
poder escribir una reseña comprensible. Quizá por eso esta lectura me ha
parecido más un trabajo de estudiante que un simple disfrute, aunque me
consuela pensar que me gustan los retos.
Esta reseña es mi interpretación
y cualquier otro lector puede interpretarla de otra manera.
En este libro, Buber concibe el Bien
y el Mal desde una presencia trascendente: Dios. No exige una fe dogmática,
pero como pensador judío creyente sitúa a Dios en el centro de su reflexión, y
desde ahí construye sus conceptos. Partir de la idea de un fundamento que
trasciende lo humano puede hacer pensar que hay que creer en Dios para
seguir su lógica; al menos, esa fue mi primera impresión.
Mi reacción inicial fue sentir
que lo humano pesa más que lo religioso, y me costó conectar con el autor
porque se apoya en los salmos, donde el yo humano se mide frente a Dios. Sin
embargo, al avanzar en la lectura entendí que, aun partiendo de su fe, Buber
quiere mostrar que incluso un lector no creyente puede reconocer que el Bien y
el Mal no son ideas abstractas, sino experiencias de relación: con los demás,
con uno mismo y, en última instancia, con lo trascendente.
En pocas palabras, Buber define
así su planteamiento: el Bien es cuando una persona se abre de verdad a los
demás y a Dios; el Mal, cuando rompe esa apertura y se encierra en sí misma.
Dicho de otra manera: el bien es lo originario; el mal, la pérdida o corrupción
de ese origen.
Dicho de otra manera: — el Bien
es lo originario; el Mal es la pérdida o corrupción de ese origen—. Es una
postura bastante radical, en mi opinión.
Es, en mi opinión, una postura
radical porque no deja espacio intermedio: se vive en el Yo–Tú o en el Yo–Ello.
Pero la vida cotidiana está llena de grises, y en ese sentido creo que su planteamiento
cierra muchas puertas. Aun así, lo interesante es que tanto el Mal como el Bien
son siempre susceptibles de cambio: el Mal puede transformarse en Bien y, del
mismo modo, el Bien puede degradarse en Mal.
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