PUBLICACIÓN: 2022
EDITORIAL:
Alfaguara
Qué
hacer con estos pedazos es una pregunta sin signos de
interrogación.
Son los pedazos de Emilia, sus pensamientos, estados de ánimo,
inquietudes, recuerdos que afrontar, lágrimas por derramar que con la edad se
intensifican. Demasiadas cosas que creía archivadas, pero un día de esos, en
que cualquier circunstancia te lleva a husmear en tu interior, compruebas que
estas no están en orden.
Emilia trabaja y su marido está retirado. Eso no le molesta,
pero sí que no le haya consultado en la decisión de reformar la cocina. Tampoco
se queja. En realidad lo que le incomoda es que su marido la haya sacado de su
zona de confort.
Para colmar el vaso, le sugiere que aproveche la ocasión de
deshacerse de sus libros diciéndole: _tanto
libro que ya leíste o que ya no vas a leer_.
En ese caos que se origina en su cabeza están, además de su
marido, sus hermanos, su padre que ha enfermado y su madre que murió no hace
mucho. También está su hija Pilar que ya le ha proporcionado una nieta. Y
Pablo, que ya no está entre ellos porque murió muy pequeño y, a veces, cuando
lo recuerda, se siente culpable por no haber hecho más,
La reforma de la cocina exige unos cambios temporales que motivarán el cambio en su estado de ánimo.
Una sensación abrumadora le hierve en su interior, y le hace ver que está acomodada en una vida que no es tan
perfecta como pensaba. La relación con su marido está deteriorada, lo único que
recibe de él son desaires que le quitan las ganas hasta de conversar; habla más
con Mima, la asistenta, a quien también ayudará en el transcurrir de esta
historia.
La enfermedad de su padre, que no es otra cosa que el
deterioro de la edad, le hace plantearse el paso del tiempo y caer en la cuenta
que tenemos fecha de caducidad.
Con sus hermanos surgen tensiones a la hora de turnarse para
cuidar al padre, y a su madre la recuerda con nostalgia.
Con su hija Pilar le gustaría
tener más contacto del que hay. Emilia la conoce bien, tiene muchos
recuerdos de cuando era una niña. Ahora piensa que siempre está muy ocupada y
se limita a mandarle Wassap; cualquier excusa es buena para decirle algo pero
Pilar tarda un siglo en contestar, si es que lo hace.
Siempre que ve a Sara, su nieta, trata de construir un
recuerdo con ella. Quiere que la niña, cuando crezca, tenga el recuerdo de que
fue querida por su abuela.
Pablo, su otro hijo, murió siendo un bebé. De él intenta
recordar si le dio tiempo de sentir el mismo amor que con Pilar. No está
segura, el dolor de su muerte le ha borrado esos recuerdos de la memoria.
Hay párrafos que son reflexiones, despertando en el lector una
sensibilidad que se puede sentir como una punzada en el estómago, porque son realidades
que la autora plasma en Emilia.
Me ha emocionado la forma tan sutil en que habla de su madre y
como concibe en ella la demencia senil que padecía.
Es una novela que, por el argumento, recomiendo a lectores que
rondan la edad de Emilia. Más que nada
porque a edades más tempranas esto no surge. En cualquier caso, la narrativa de
Piedad Bonnet me ha gustado tanto que por el simple hecho de disfrutar de su
lectura cualquier persona puede leerlo.
Es una realidad que la autora describe muy bien, una
situación que está ahí, paciente, esperando que lleguemos.
CITAS:
-Porque a los veinte, una biblioteca es una ilusión, a los
cuarenta un lugar de plenitud y a los sesenta un recuerdo permanente de que la
vida no te va a alcanzar para leerlos todos.
-Al despedirse daba siempre las gracias con un énfasis
enternecedor, al de alguien que le ha sido otorgado un sorbo de verdadera vida
en medio de una cotidianidad insípida.
-…, tan supeditada a ese marido voluntarioso, que se
impacientaba con sus preguntas, que echaba raíces en su viejo sillón mirando la
tele, jugando solitario, dormitando, mientras ella se disolvía en las nieblas
de la memoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario